Bajo el lema «¡El guardián eres tú!», del 13 al 16 de diciembre próximos, se realizará el Primer Festival Nacional de Máscaras Danzantes, es Coscomatepec de Bravo, Veracruz. Este evento reunirá diferentes expresiones dancísticas en las que se utilizan máscaras y busca ser un espacio de intercambio de saberes y experiencias.
Entre las danzas que participarán están la Danza de los Toros, de Coyolillo, Veracruz; la Danza de los Charros, de Chimalhuacan, Estado de México; la Danza de los Negritos, de Tlaltengo, Veracruz; la Danza de los Payasos, de Xico, Veracruz; el Carnaval de Huejotzingo, Puebla; la Danza de los Diablos, de Juxtlahuaca, Oaxaca; la Tigrada, de Zitlala, Guerrero; la Viejada de Xantolo, de Tempoal, Veracruz; la Danza de los Viejitos, de Pátzcuaro, Michoacán; los Tecuantes, de Acatlán de Osorio, Puebla; la Danza de los Tlacololeros, de Guerrero; los Parachicos, de Chiapa de Corzo, Chiapas; los Viejos de Corpus, de Temascalcingo, Estado de México; la Danza de los Diablos, de Tlacotepec, Guerrero; la Danza de los Kúrpites, de San Juan Parangaricutiro, Michoacán; entre otras.
Las danzas de Moros y Cristianos que tendrán presencia en este evento, encontramos la Danza de los Tastuanes, de Tonalá, Jalisco, y la Danza de los Santiagos, que se realiza en la comunidad sede de Coscomatepec y en las comunidades vecinas de Ixhuatlán del Café, Chocamán, Calcahualco y Alpatláhuac.
Además, en paralelo, se realizará el Quinto Encuentro Internacional de Maestros Mascareros, en el que se impartirán talleres, conferencias y se realizará un homenaje a los maestros mascareros con una trayectoria importante.
Uno de los principales atractivos de este evento será el pabellón de expoventa de máscaras, ya que permitirá encontrar piezas de diferentes regiones en un mismo sitio, además de las procesiones en las que participarán las diferentes danzas que acudirán al evento.
Los diferentes carteles del evento fueron creados por Tareack Rivera, ilustrador digital, a quién hemos seguido por su interesante trabajo alrededor de las máscaras y las danzas. Puedes ver más de su trabajo en su página de Instagram.
Sin duda un evento muy llamativo e interesante, que permitirá mostrar algunas de las expresiones de danzas tradicionales más importantes de nuestro país en el pueblo mágico de Coscomatepec de Bravo. Esperamos acudir al evento y compartirles parte de la magia de las Máscaras Danzantes.
Puedes seguir al Festival Nacional de Máscaras Danzantes en sus redes sociales:
En este #LunesDeLibro vamos a revisar un texto muy importante para el estudio de las máscaras en nuestro país y, a partir del mismo, conoceremos un poco más de las máscaras que se utilizan en las danzas de Moros y Cristianos, todo ello de la mano de la Dra. Ruth D. Lechuga.
Portada Máscaras Tradicionales de México
Ruth D. Lechuga, San Antonio el Doctor, Querétaro, 1977, No. de inventario ARL_N16589_QRO, Original plata-gelatina, 6 x 6 cm., D.R. ® Acervo Fotográfico Ruth D. Lechuga / Fundación Ajaraca A.C.
No es posible hablar sobre las máscaras mexicanas sin mencionar a la doctora Ruth Deutsch Lechuga, coleccionista y pionera en la investigación del arte popular, así como en la documentación de diferentes aspectos de la vida cotidiana de las comunidades, a través de las imágenes que capturó durante sus viajes por varios rincones de nuestro país. Su vasto acervo fotográfico se encuentra bajo custodia de Fundación Ajaraca (https://www.fundacionajaraca.org/) y es un testimonio de manifestaciones sociales y culturales, algunas ya desaparecidas, el cual nos permite conocer un poco más acerca de los pueblos y de su gente.
Antes de comenzar, hablemos brevemente sobre la fotografía que ilustra esta reseña, cortesía de Fundación Ajaraca. En ella podemos observar a la Dra. Lechuga rodeada de personajes enmascarados en San Antonio El Doctor, en el estado de Querétaro. De acuerdo con la información publicada en una fotografía de la misma serie, disponible en el sitio web de la fundación, estos personajes representan a diablos y acompañan las procesiones de Semana Santa. Puede visitar esta imagen dando clic aquí.*
Máscaras tradicionales de México cuenta con una edición y fue publicado por el Banco Nacional de Obras y Servicios Públicos (BANOBRAS) en 1991, con un tiraje de 2000 ejemplares. La presentación de la obra está a cargo del Dr. Enrique Álvarez del Castillo, director de la institución entre 1991 y 1993, donde manifiesta el interés del banco en difundir y rescatar la cultura del país. Este texto se puede consultar con relativa facilidad en bibliotecas, aunque para conseguir un ejemplar es necesario recurrir al mercado secundario. En Internet puede encontrarse con precios entre los 60 USD y 180 USD más envío; también puede buscarse en librerías de ocasión y especializadas con precios similares, alrededor de $1,300 MXN.
Dentro de las diferentes categorías del arte popular, las máscaras ocupan un lugar destacado ya que no se limitan al objeto en sí mismo, sino que trascienden a partir de su uso en danzas, fiestas y carnavales. La importancia de la máscara queda manifiesta desde la introducción, donde la autora nos menciona que «Cuando el individuo deja a un lado sus máscaras personales, para actuar como exponente de las manifestaciones culturales de la sociedad, la máscara se convierte en revelación de la esencia del grupo que representa. En este momento deja de ser expresión facial individual y se recurre a la careta elaborada especialmente para cada ocasión.«1, es decir, las máscaras se vuelven la faceta representativa de las tradiciones.
El libro abarca en cuatro capítulos los aspectos más notables para conocer la relevancia e historia de las máscaras en México. El capítulo 1, Las máscaras desde tiempos prehispánicos, es corto y nos muestra la transición entre el origen y el uso de las máscaras entre las culturas originarias y los primeros años del periodo colonial. Es aquí, en un momento tan temprano del texto donde queda asentada la importante relación entre la máscara y la danza, al señalar que «Durante las ceremonias religiosas y también en algunas ocasiones festivas se ejecutaban numerosas danzas. En todas ellas se hizo amplio uso de máscaras que representaban toda clase de animales, personas de otras tierras, viejos y muchos más«2. A partir de la conquista de Tenochtitlan, el periodo colonial se recorre en unos pocos párrafos, pero nos detenemos en dos puntos clave para nuestro análisis: la mención de la danza de los Moros y Cristianos, como parte de los festejos realizados por los españoles y su rápida difusión y adaptación por parte de los indígenas; y la imagen que representa a un Moro en una parte del «Biombo del palo volador», exhibido en el Museo de América, en Madrid, España.
El capítulo 2 es el más amplio, no es sorprendente ya que en él se habla de La máscara en el México contemporáneo. Aquí se presentan las máscaras utilizadas en las diferentes danzas y representaciones que la autora pudo ver y documentar directamente. Para abordar un panorama tan amplio, el capítulo se presenta a partir de ejes temáticos: danzas de los viejos, de animales, el tigre (la cual recibe un apartado especial), de homenaje y catequizantes, ciclo agrícola, por mencionar algunas, además de las «Danzas de moros y cristianos y sus derivados» siendo el contenido donde pondremos particular atención.
A partir de la descripción de las danzas de este tipo, la autora propone catalogarlas como el ciclo de infieles y cristianos3, debido a la variedad de temas englobadas dentro de los «Moros y Cristianos», donde la categoría de «Moros» queda rebasada al incluir a los enemigos representados por indios, judíos, diablos, etc., siendo la conclusión en todas ellas la misma: la conversión y bautizo de los infieles y el triunfo de los Cristianos.
A continuación la autora hace referencia a distintas danzas y sus principales características, además de señalar que el nombre con el cual se conocen usualmente tiene relación con algún aspecto determinado de cada una de ellas, surgiendo así los Moros Cabezones, los Santiagueros, los Chareos, Pilatos, Archareos, Alchileos, Medias Lunas, Santiagos, además de los Doce Pares de Francia, entre otros. Si bien las danzas de Moros y Cristianos están ampliamente difundidas en todo el territorio nacional, el texto pone especial énfasis en comunidades ubicadas en Chiapas, Guerrero, Puebla, el Estado de México, Oaxaca, Jalisco y un par de menciones puntuales a Colima, la zona del Bajío y Veracruz.
Al avanzar en la lectura, es posible identificar el uso de varias categorías que nos remiten a la clasificación de danzas propuesta por Arturo Warman en su texto La danza de Moros y Cristianos (SepSetentas, 1972)4, aunque no se menciona explícitamente: espectáculos de masas, ciclo de moros y cristianos, ciclo carolingio5, danzas de conquista, tastoanes y danza de concheros.
Nos parece oportuno señalar una situación ya comentada en nuestra introducción al estudio de las máscaras en las danzas de Moros y Cristianos y que la autora señala expresamente: no en todas estas representaciones se utilizan máscaras. En este sentido habla del caso de las Morismas en Zacatecas y algunas danzas donde muchos cristianos no portan máscaras, o utilizan yelmos, o Santiago suele representarse con el rostro descubierto. Sin lugar a dudas, es necesario mencionarlas aunque no abunda en ellas, toda vez que el tema del libro son las máscaras.
El capítulo 3, trata de los personajes fundamentales para las máscaras, sus creadores. El mascarero y su trabajo nos presenta nombres y testimonios de varios artesanos con los que la Dra. Lechuga tuvo contacto , además de las diversas técnicas y materiales: madera de copal, copalillo y clavelino, entre otras; cuero, cera, papel, cartón y hasta metal son los materiales transformados en las hábiles manos de los mascareros. Su importante labor contrasta con las necesidades cotidianas, donde muchos de ellos deben alternar esta actividad con las labores del campo o sus empleos en las ciudades aunque, poco a poco, la mayor demanda de máscaras por parte de coleccionistas y otros mercados ha permitido que algunos artesanos se dediquen de tiempo completo a su elaboración aunque ello implique la creación de piezas meramente decorativas sin descuidar la producción de máscaras tradicionales para cubrir la demanda local.
De este capítulo llama nuestra atención la mención del rostro pesado que se utiliza en la danza de los Alchareos, en San Martín de las Pirámides, Estado de México. Este objeto se elabora con aluminio y fierro, con un peso cercano a los 5 Kg. En contraste, se tiene el rostro liviano, elaborado en fibra de vidrio y con un peso mucho menor, que se utiliza cuando la danza tendrá una duración larga6. Este cambio en los materiales, de usar fibra de vidrio en lugar de madera, es una muestra de la convivencia entre la tradición y la modernidad.
El rostro de la máscara es el último capítulo del libro, donde se habla de las características y las funciones de la máscara. En este sentido, la autora retoma una de las ideas iniciales del texto «La máscara, como objeto separado de su función, puede ser una obra de arte, una escultura de gran mérito estético. Sin embargo, se trataría de un arte estático, desconectado de su propósito real. Por otro lado, como parte de la indumentaria y en el contexto de la danza, la máscara, aun sin movilidad facial propia, adquiere expresiones diferentes, de acuerdo con los movimientos de su portador «7. Y a partir de esta idea nos expone diferentes tipos: con detalles, sencillas, muy elaboradas, totales, parciales, más grandes que el mismo rostro del portador o incluso, más pequeñas. El cierre del libro es la parte más profunda de todo el texto porque nos adentra en las funciones que las máscaras pueden tener y que pueden abordarse desde diferentes disciplinas y a partir de la experiencia de los danzantes, compartidas en este apartado, por lo que el texto refleja la conexión que tuvo la Dra. Lechuga con las personas que conoció.
Un ejemplo sobre las diferentes funciones de las máscaras, más allá de su uso en las danzas, lo encontramos en el caballito utilizado en la danza de los Santiagueros de Cuetzalan, Puebla. Según Donald Cordry, es un objeto con un matiz sagrado al que se le debe proporcionar agua y maíz mientras se encuentra en custodia del danzante que interpreta a Santiago a fin de evitar su escape del pueblo8.
Si bien el texto se encuentra repleto de narraciones y anécdotas contadas a la autora o vistas por ella misma, es en este capítulo donde se hace un análisis formal y se retoman varios elementos comentados en las páginas anteriores, permitiendo que el viaje hecho desde los antecedentes y uso de las máscaras en el mundo prehispánico hasta la década de 1980, tenga una conclusión y nos permita visualizar nuestras máscaras y danzas con otros ojos. A pesar de la distancia temporal entre la publicación del libro y nuestros días, el texto continúa vigente y es una referencia importante para un estudio sobre este tema, porque como la autora dice al finalizar, estamos hablando de una cultura viva, no se detiene y cambia conforme las necesidades, las creencias y los medios disponibles lo permiten.
El libro está profusamente ilustrado, con 123 imágenes a color y en blanco y negro, abarcando la amplia variedad de temas que hemos revisado. Entre estas fotografías se incluyen: 1 es una máscara de Tastoanes, 2 del Carnaval de Huejotzingo y 8 relacionadas directamente con las Danzas de Moros y Cristianos, incluyendo la mostrada en la portada, correspondiente a la danza de Los Doce Pares de Francia de Mexicaltzingo, Estado de México9.
Al hablar de las fotografías, es necesario dedicar un espacio a una persona importante en la concepción de este material, el Sr. Enrique Franco Torrijos, fotógrafo y amigo de la Dra. Lechuga, de quien se incluyen 39 fotografías en el libro, en su mayoría de piezas de colección o de objetos fijos. Además de su aportación gráfica, redactó la semblanza de la autora, misma que aparece en la solapa. Como nota personal, tuvimos ocasión de compartir una visita con el Sr. Franco y las historias y anécdotas que compartió nos permiten entender mejor su colaboración en este texto.
A partir de la revisión del libro, encontramos un par de detalles que nos parece oportuno mencionar. Las referencias de las imágenes 46 y 47 se encuentran invertidas. La imagen 46 se encuentra en la página 59 y corresponde a la danza de los Moros de Texistepec, Veracruz. La imagen 47 se encuentra en la página 60 y corresponde a la danza de los Archareos. Así mismo, el nombre de la comunidad donde se practica esta danza aparece como «San Francisco Mazapan, estado de México», siendo el correcto «San Francisco Mazapa, Estado de México». Por otro lado, la referencia de la imagen 2, Pintura rupestre, indica que se encuentra localizada en las Grutas de Juxtlahuaca, Oaxaca. Estas grutas se localizan en la comunidad de Juxtlahuaca, en el estado de Guerrero10.
Tal como se comentó al inicio, este libro es una referencia importante y necesaria para adentrarnos no solo al mundo de las máscaras, sino también al de las danzas. Sin volverse un catálogo o un diario pormenorizado de una u otra, nos da elementos suficientes para entender mejor las manifestaciones culturales de los diferentes pueblos y grupos de nuestro país. La obra está respaldada por una extensa bibliografía, por pláticas y entrevistas con varios personajes sin mencionar que es producto de los viajes, las investigaciones y la invaluable experiencia de la Dra. Ruth D. Lechuga.
NOTAS
Pág. 9.
Pág. 15
Pág. 54.
Puede consultar nuestra reseña de esta obra dando clic aquí.
Para Warman, los Moros y Cristianos propiamente dichos, incluyen al ciclo histórico, al carolingio y al de Santiago.
Pág. 122 y 127.
Pág. 131.
Pág. 146. Si bien este cuidado del caballito, no es exclusivo de Cuetzalan.
Además de aparecer nuevamente en el interior. P. 139.
CABRERA GUERRERO, Martha. Las grutas de Juxtlahuaca. Santuario al dios olmeca del maíz, Gobierno del estado de Guerrero, México, 2017, p. 26. Consultado en línea <Recuperado de https://issuu.com/muva/docs/libro_grutas_final.final>
*Enlace actualizado.
Sobre los autores
Ruth Deutsch Reiss, nació en Austria en 1920. En 1939 su familia llega a México buscando refugio ante la persecución que sufrieron en Europa en los albores de la 2da Guerra Mundial. Estudió Medicina en la Universidad Nacional Autónoma de México y se naturalizó como mexicana en 1954. En 1949 comenzó a acompañar a su padre en sus viajes por el país, recorriendo comunidades apartadas y conociendo su cultura y artesanías, de ahí nace su pasión por el arte popular. Contrajo matrimonio con el Dr. Carlos Lechuga Vergara, con lo que comenzó a ser conocida como Ruth D. Lechuga. Fue directora del Museo de Arte e Industrias Populares, asesora técnica del Fondo Nacional para las Artesanías y secretaria para los países latinoamericanos den el Consejo Mundial de la Artesanía, de la UNESCO. Autora de El traje indígena de México y La indumentaria indígena, entre otros, además de varios artículos. Falleció en su casa de la Ciudad de México el 19 de septiembre de 2004.
Enrique Franco Torrijos, nació en la Ciudad de México en 1930. Fotógrafo. Realizó estudios de Antropología Maya en la Escuela Nacional de Antropología e Historia. Ha escrito y participado en numerosos libros, entre ellos El Insólito Paisaje Mexicano, Kohunlich, una ciudad Maya del Clásico Temprano e Islas, silentes centinelas de los mares mexicanos. Actualmente es Socio Director en Franco Torrijos y Asoc. Editores.
Bibliografía
DEUTSCH LECHUGA, Ruth, Máscaras tradicionales de México, Banco Nacional de Obras y Servicios Públicos, México, 1991. pp. 157.
Información de las fotografías
Fotografía de la Dra. Ruth D. Lechuga, cortesía de Fundación Ajaraca A.C. Agradecemos a Fundación Ajaraca y a su Directora Ejecutiva, Brenda Chávez Molotla, su apoyo.
Información de las biografías.
Subasta de fotografía, jueves 9 de noviembre del 2017, Catálogo, Morton Subastas, México, 2017, p.22.
FRANCO TORRIJOS, Enrique, Semblanza de la Dra. Ruth D. Lechuga, en DEUTSCH LECHUGA, Ruth, Máscaras tradicionales de México, Banco Nacional de Obras y Servicios Públicos, México, 1991.
Hablar de máscaras es introducirnos en un tema sumamente complejo e interesante. Desde la psicología, pasando por el arte y el arte popular (¿podemos separarlos?) hasta la antropología y el coleccionismo, es un tema que ha atrapado a especialistas y principiantes que se sienten atraídos por el encanto y misticismo de esos rostros, los otros rostros que permiten al portador convertirse en un ser diferente a sí mismo.
Nuestro país tiene una muy rica y diversa tradición mascarera. Desde el Suchiate hasta el Bravo encontramos ejemplos representativos de prácticamente cada zona y región, de ahí que sea un tema que da para muchos estudios e intervenciones académicas, sin dejar de lado a la gran variedad de artesanos, danzantes y portadores que les dan vida y las mantienen como un elemento vivo.
Sobre las máscaras se han escrito numerosos libros y artículos, se han presentado diversas exposiciones y hay colecciones muy importantes y conocidas, entre ellas la del Centro de Estudios de Arte Popular Ruth D. Lechuga, la del Museo Rafael Coronel y la Colección Muyaes-Ogazón; podemos mencionar también la del Museo de Arte Popular y la del Museo Nacional de Antropología, que acaba de ser sometida a un proceso de conservación. Si bien no son las únicas, las primeras que mencionamos son las que han gozado de mayor difusión y se caracterizan por lo amplio de sus acervos y la documentación que las acompaña. Es justamente la adecuada documentación lo que permite que una colección sea valiosa más allá de los valores estéticos que le son inherentes a cada pieza; permite que se contextualice, se tengan datos fiables de lugares y épocas precisas que permitan comparar y ampliar la información.
Para el estudio del tema que nos ocupa en este espacio, las Danzas de Moros y Cristianos, se presentan tres problemas importantes al momento de introducirnos al tema de las máscaras: 1) Por un lado, la mayoría de las ocasiones lo general consume a lo particular. Es decir, los libros hablan de las máscaras de México, en decir, de todas. Es en este sentido que la información que requerimos para Moros y Cristianos, ocupa sólo una parte del contenido total del libro. Dependiendo del enfoque de la obra, la información que necesitamos es mayor o menor. Afortunadamente los ejemplos que se suelen incluir suelen ser muy representativos y en ocasiones, espectaculares. 2) La cultura de las máscaras está viva y cambia constantemente. Una máscara que se usa en una danza de Moros y Cristianos podría no ser exclusiva de esta danza, podría venir de otro tipo de danza o al contrario, utilizarse en Moros y Cristianos aunque no sea propiamente de ella. La dificultad aquí radica en que todo podría terminar en ser o usarse en Moros y Cristianos; esto no es necesariamente un problema porque, como dijimos, forma parte de una cultura viva. Sin embargo, sí es posible encontrar rasgos comunes e identitarios a las máscaras que se suelen utilizar en Moros y Cristianos y de esa forma, sin ser demasiado rígidos, crear una clasificación de máscaras de Moros y Cristianos. Finalmente, 3) No todas las danzas de Moros y Cristianos utilizan máscaras. De algunas danzas es inseparable, como el caso de los Alchileos de San Martín de las Pirámides, o los Chilolos de Santiago Juxtlahuaca, pero para el caso de los Santiagueros, tenemos Santiagueros con máscaras y Santiagueros sin máscaras. En este caso, es importante señalar esta distinción y ser consciente de ella al momento de clasificar las danzas.
De acuerdo con la dra. Ruth D. Lechuga, «La función primordial de la máscara en México es la de transformar a su portador en un ser completamente diferente, mitológico o histórico, que se encarna en el curso de una actuación» 1. Menciona también la Dra. Lechuga, el importante impacto psicológico que tiene el uso de estos artefactos tanto para los espectadores como para el portador, ya que por un lado sirve como elemento de cohesión social y educativo al ser un objeto representativo y, al mismo tiempo, representante de la tradición viva, además de tener un efecto liberador (en algunos casos) en la persona que la lleva que le permite realizar, bajo el anonimato que provee la máscara, roles que no se permitiría en lo cotidiano2. Por otro lado, la profesora Ma. Teresa Pomar nos advierte que actualmente no debemos dotar a la máscara de un podre sobrenatural, ya que «la máscara es un elemento que complementa la indumentaria de los participantes» en representaciones ceremoniales y que su comportamiento «será, con o sin máscara, la marcada por las pautas tradicionales»3. Me parece este comentario muy acertado y no debemos perder de vista que, desde el punto de vista de nuestras investigaciones, la máscara no es el fin en sí mismo, es parte de las Danzas de Moros y Cristianos.
En este sentido podemos observar otro de los usos de la mascara en las Danzas de Moros y Cristianos, la representación de la lucha entre los bandos a través de sus rasgos estéticos: los Moros, como veremos más adelante, suelen tener representaciones que destacan rasgos negativos, mientras que los Cristianos, los buenos, suelen tener representaciones más agradables4, o incluso reales, ya que en algunas danzas los Cristianos no utilizan máscaras.
A pesar de todo una máscara es un objeto cuasi sagrado, debe ser manipulada con seriedad y respeto, eso incluye no tomarla introduciendo los dedos en las aberturas para los ojos o la boca y en casos más especiales, incluso ser tomada con guantes o paños limpios. En sus comunidades de origen y de la mano de los artesanos que las elaboran y los danzantes que las portan, representan una larga herencia y tradición. Hay máscaras bailadas, es decir, que fueron utilizadas en alguna danza o representación y son las más buscadas por los coleccionistas; es importante reflexionar en cuáles habrán sido las razones que la llevaron hasta el museo, bazar o tienda donde la admiramos. También hay muchas máscaras «falsas»; me permito el uso de las comillas ya que aunque no sean originales, antiguas o bailadas, no dejan de ser máscaras en sentido formal, aunque no contengan en sí toda la carga simbólica que representa una máscara de danza, pero que se han convertido en todo un reto para los investigadores y coleccionistas ya que muchas veces fueron creadas con la idea de surtir un mercado que no siempre tiene objetos disponibles; este tema es ampliamente comentado por la profesora Pomar en su texto.
En una visita al Centro de Estudios de Arte Popular Ruth D. Lechuga, la maestra Marta Turok, curadora y coordinadora del Centro, nos comentaba que lo primero que debemos preguntarnos al momento de dudar de la autenticidad de una pieza es «¿Alguien puede usar esto?» Es decir, ¿cabe en su cabeza? ¿Podría respirar? ¿Podría moverse? Y a partir de esa pregunta, tratar de obtener mayor información sobre la máscara apoyándonos en los documentos disponibles: los libros, archivos fotográficos y las colecciones que cuenta con una buena documentación de sus piezas.
Finalmente, no debemos pasar por el alto lo que comentamos unos párrafos atrás, la tradición de las máscaras está viva y cambiando constantemente, por lo que las máscaras ya no sólo reflejan las tradiciones de los pueblos originarios, que es lo que muchas veces vamos a encontrar en los textos que se han escrito sobre el tema, sino que también reflejan los cambios y el mestizaje que avanzó en algunas comunidades; es así que tanto las máscaras como las danzas muestran la convivencia entre la tradición y la nueva realidad social de las comunidades.
No es la intención de este espacio abarcar todo lo relativo a las máscaras, existen muy buenos libros que se especializan en ello, pero queremos que sea una breve introducción antes de comenzar a presentar algunas obras sobre este tema en los siguientes #LunesDeLibro y de algunos objetos e imágenes que forman parte del acervo del Centro de Documentación de Danzas de Moros y Cristianos en nuestra #FotoDeLaSemana, de modo que en conjunto nos permitan observar de forma más específica las diversas máscaras que se utilizan en las Danzas de Moros y Cristianos y que, hasta ahora, no han sido estudiadas por separado.
Referencias:
LECHUGA, Ruth, Máscaras tradicionales de México. Banco Nacional de Obras y Servicios Públicos, México, 1991, p. 144.
Íbidem, pp. 143-144.
POMAR, Ma. Teresa, Danza-máscara y rito-ceremonia, FONART-FONAPAS, México, 1982, p. 14.